Los libros de la magia 1-4 (Rieber, Amaro, Snejbjerg, Gross; Planeta): Había esperado durante mucho tiempo la publicación de esta serie, salida de aquella miniserie de idéntico título que guionizara Neil Gaiman y que presentaba a Tim Hunter, un adolescente con grandes aptitudes para la magia que le eran innatas. No sé muy bien porqué deseaba leerla a tenor del poco interés que suscitó en mí la mini de Gaiman, probablemente por el personaje, al que le veía grandes posibilidades. Desafortunadamente, después de leerme estos primeros cuatro prestigios de Planeta que recopilan los primeros ocho números de la serie yanki así como una historia corta publicada originalmente en el Vertigo Rave 1, la decepción no podía ser más patente.
A este Tim Hunter no me lo creo, lo siento. Vale que Rieber consiga más o menos transmitir la desazón existencial o la confrontación con lo establecido que pueden caracterizar la adolescencia de cualquier chaval, así como sus comidas de tarro, sus miedos, inseguridades y todo lo demás. Pero Tim es algo más que éso, está vinculado a la magia desde que nació, y es precisamente aquí donde el personaje no resulta convincente. Tim pasa de no haber hecho nunca magia no sólo a aceptarla como la cosa más natural del mundo sino que también, sin aprendizaje alguno, empieza a demostrar un dominio extraordinario con la misma. ¿La explicación? Porque ha nacido para ella, un planteamiento maniqueo que, además, le resta gran interés que conllevaría un proceso de aprendizaje.
Pero este no es el único problema de la serie. Siguiendo con Tim Hunter, Rieber le retrata, posiblemente no de forma consciente, como un personaje frío, gris, que trata continuamente de hacerse el gracioso, quizás como defensa a la mierda de vida que lleva. Puede que en un principio pudiéramos simpatizar con él, pero a medida que la trama avanza y el elemento mágico está cada vez más presente acaba perdiendo credibilidad y, en mi opinión, gran parte de la poca simpatía que pudiera haber suscitado en el lector.
Dos son las tramas que presentan estos números. La primera alude al verdadero origen de Hunter y consigue mantener el interés del lector. La segunda saca a colación elementos que ya pudimos leer en la mini de Gaiman, pero desafortunadamente cuenta con deficiencias de guión evidentes: crea expectativas que, al finalizar la saga, se quedan en nada, resulta poco coherente en la inclusión del elemento mágico, falla en la caracterización de algunos personajes y, lo que es peor, acaba por aburrir, consiguiendo que te importe bien poco lo que pueda pasarle al protagonista.
El dibujo no viene a ayudar a mejorar la impresión que pueda causar la serie. Amaro viene a cumplir más o menos, como Snejbjerg, pero un novato Gross llega a dejar bastante que desear. Lo mejor al respecto, las portadas de Charles Vess.
Para concluir, podemos decir que, de momento, Los libros de la magia de Rieber ejemplifica a la perfección toda esa hornada de títulos mediocres que vieron la luz amparados por el auténtico boom que supuso la eclosión Vértigo a finales de los 80 y principios de los 90 con títulos de la talla de Sandman o Hellblazer.
A este Tim Hunter no me lo creo, lo siento. Vale que Rieber consiga más o menos transmitir la desazón existencial o la confrontación con lo establecido que pueden caracterizar la adolescencia de cualquier chaval, así como sus comidas de tarro, sus miedos, inseguridades y todo lo demás. Pero Tim es algo más que éso, está vinculado a la magia desde que nació, y es precisamente aquí donde el personaje no resulta convincente. Tim pasa de no haber hecho nunca magia no sólo a aceptarla como la cosa más natural del mundo sino que también, sin aprendizaje alguno, empieza a demostrar un dominio extraordinario con la misma. ¿La explicación? Porque ha nacido para ella, un planteamiento maniqueo que, además, le resta gran interés que conllevaría un proceso de aprendizaje.
Pero este no es el único problema de la serie. Siguiendo con Tim Hunter, Rieber le retrata, posiblemente no de forma consciente, como un personaje frío, gris, que trata continuamente de hacerse el gracioso, quizás como defensa a la mierda de vida que lleva. Puede que en un principio pudiéramos simpatizar con él, pero a medida que la trama avanza y el elemento mágico está cada vez más presente acaba perdiendo credibilidad y, en mi opinión, gran parte de la poca simpatía que pudiera haber suscitado en el lector.
Dos son las tramas que presentan estos números. La primera alude al verdadero origen de Hunter y consigue mantener el interés del lector. La segunda saca a colación elementos que ya pudimos leer en la mini de Gaiman, pero desafortunadamente cuenta con deficiencias de guión evidentes: crea expectativas que, al finalizar la saga, se quedan en nada, resulta poco coherente en la inclusión del elemento mágico, falla en la caracterización de algunos personajes y, lo que es peor, acaba por aburrir, consiguiendo que te importe bien poco lo que pueda pasarle al protagonista.
El dibujo no viene a ayudar a mejorar la impresión que pueda causar la serie. Amaro viene a cumplir más o menos, como Snejbjerg, pero un novato Gross llega a dejar bastante que desear. Lo mejor al respecto, las portadas de Charles Vess.
Para concluir, podemos decir que, de momento, Los libros de la magia de Rieber ejemplifica a la perfección toda esa hornada de títulos mediocres que vieron la luz amparados por el auténtico boom que supuso la eclosión Vértigo a finales de los 80 y principios de los 90 con títulos de la talla de Sandman o Hellblazer.
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