Martillo de herejes (Juan Gómez, Agustín Alessio; Dolmen): ¿Sabéis cuando os dicen de una peli que es mala-mala y cuando váis a verla resulta que no es para tanto? Pues algo parecido me pasó con este cómic con la única salvedad que resultó peor, mucho peor de lo que me habían contado. De hecho hacía tiempo que no leía semejante despropósito tebeístico. Lo más divertido es que te pase esto cuando de este cómic había leído críticas de carácter positivo que, una vez completada la lectura, no dejan de desconcertarme y maravillarme.
Leemos en la introducción del tebeo, en un artículo firmado por el editor de Dolmen, Vicente García, que el principal objetivo del cómic es, independientemente de su ambientación, entretener. La guerra civil se convierte así en un pretexto para contarnos una historia. Curioso que, existiendo tantos temas inocuos donde poder elegir, se hayan decantado por uno que no sólo ha generado sino que todavía genera hoy en día un enconado enfrentamiento a varios niveles, siendo el político uno de ellos, como podemos observar de tanto en tanto en los noticiarios. Un tema que, después de todo, sigue ostentando un volumen de ventas para nada despreciable.Pero volvamos al tebeo.
El argumento posee una simpleza más que evidente: un convoy integrado por militantes comunistas y anarquistas llega a un pueblo nacional y se arma la de dios. Y en medio de la refriega asistiremos a la evolución de una historia de amor entre la hija del alcalde y un miembro de la CNT.
El problema viene al considerar la coherencia interna del argumento, aspecto deficitario hasta límites insospechados que obliga continuamente al lector a cuestionar lo que está leyendo.
Al respecto se debe tener en cuenta la nula caracterización de los personajes, que participa de la falta de coherencia general a la que acabo de aludir. Aquí se recurre a una serie de clichés, unos estereotipos que evidencian un maniqueísmo absoluto que, o bien es fruto de la ignorancia del guionista o bien es voluntario y consciente, como quizás se podría deducir de esa voluntad por no tratar las peculiaridades políticas o sociales del conflicto en aras de ese buscado entretenimiento expuesto en la introducción del cómic. Así, salvo contadas excepciones, da la sensación que el guionista ha asociado un discurso determinado a cada uno de los personajes, y parece que, por alguna ignota razón, tiene la urgente necesidad de repetirlo una y otra vez, hasta la saciedad, de lo que llega a derivarse un matiz cómico que viene a ahondar en esa incoherencia aludida que empapa todo el cómic. Puedo admitir que el límite que impone el tiempo hace imposible la evolución de los personajes, pero ello no es obstáculo alguno para que no se contemple una caracterización compleja, real, completamente inexistente a la práctica. O sea, los personajes son absolutamente planos y, por tanto, poco creíbles; característica que se pone especialmente de relieve porque sólo hacia el final uno de los personajes hace algo que no obedece a lo que se espera de él... o mejor, se esperaría, porque en realidad ese hecho que sorprende al lector, debería decir que pésimamente ejecutado, viene a despejar las sospechas que su extraño comportamiento hasta el momento podría haber suscitado en el lector.
Por otro lado está el humor. Porque en un cómic de la guerra civil puede haber humor, no? El problema es que Juan Gómez, el guionista, recuerda muy vagamente al irlandés Garth Ennis. Y no, no es un elogio. No lo es en tanto que se trata de un humor burdo, basto, gratuito, fácil y que parece hallarse a gusto cuando hay violencia de por medio. Un ejemplo de muestra:
Viñeta 1: Militante comunista, en una barricada :-¡Qué rápido se está nublando!
Viñeta 2: BOOM! Acaba de caerle un obús encima.
De todas formas, debo decir en su defensa que también encontramos momentos de un surrealismo al más puro estilo Monty Python. Como el ofrecido por la siguiente escena: Un grupo de nacionales lanzan un ataque sorpresa al despuntar el alba contra un monasterio donde se han atrincherado militantes comunistas y anarquistas. Y como buen ataque sorpresa se ponen a cantar el cara al sol a la carrera. Absurdo.
Todo aunado reporta un resultado caricaturesco y banal. Cierto que hoy en día el entretenimiento puede estar revestido de precisamente una banalidad manifiesta, pero por lo que a mí respecta el entretenimiento también puede participar de cierto componente inteligente del que carece, desafortunadamente, este cómic.
Pero ¿qué decir del dibujo? Agustín Alessio tira de documentación fotográfica, lo cual no es malo, por supuesto. Pero el poner rostros pertenecientes a actrices y actores famosos a los personajes de este cómic, desde mi punto de vista, viene a acentuar la incongruencia de todo este gran despropósito que es Martillo de herejes.
Pero no se queda ahí. Había leído en Banda deseñada lo siguiente: Con un dibujo adecuado a la historia y con unas composiciones de página que resultan brillantes por momentos. Y no sé, que no lo veo por ningún lado. Las composiciones son de lo más normalito, clásicas diría yo, sin experimentación alguna que avale esa presunta e inexistente brillantez. Y por lo que a mí respecta, un boceto de soldados sin rostro no me parece lo más adecuado ni para este cómic ni para ninguno. De hecho destaca la economía del dibujo, la práctica inexistencia de fondos y una confusa forma de narrar que se pone en evidencia a poco de comenzar el tebeo, aspectos estos bastante objetivos si los enfrento a lo que me ha parecido que es un cómic visualmente poco atractivo y que parece haberse llevado a término precipitadamente o, al menos, en muy poco tiempo.
En resumidas cuentas, mucho empaque para un producto banal que parece querer explotar, en mi opinión, el jugoso tema de la guerra civil que, recordemos, sólo es un pretexto para contar una historia, tarea en la que tanto guionista como dibujante suspenden claramente.
En resumidas cuentas, mucho empaque para un producto banal que parece querer explotar, en mi opinión, el jugoso tema de la guerra civil que, recordemos, sólo es un pretexto para contar una historia, tarea en la que tanto guionista como dibujante suspenden claramente.
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