-Crítica para gente estresada:
Vomitivo
-Crítica para gente con 5 minutos:
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Leer un cómic como el que tenemos entre manos me lleva a la reflexión. ¿Qué hace que algo se convierta en una moda? Y es que la publicación de Lenore por estos lares ha sido precedida por un fenómeno de merchandising de importación, no tan importante como el centrado en Emily, sí, pero lo cierto es que la disponibilidad de prendas de vestir y otros complementos de este personaje a través del catálogo americano ha servido para generar espectación sobre dicha serie. Y yo me pregunto...¿qué hace que algo adquiera una importancia tal que halle su reflejo en todo ese stuff? Algo debe tener el producto para que se convierta en atractivo para una porción significativa de clientes potenciales, digo yo.
Leo Lenore. Historias cortas, destacando sobre ellas la anécdota-chiste que apenas ocupa una página, centradas en las andanzas de una niña muerta que precisamente se dedica a lo que sería de esperar en alguien en su estado (es un suponer, no conozco a mucha gente muerta), léase torturar y asesinar animalitos indefensos, dejar morir a bebés puestos a su cargo por inconscientes padres y hacerle la vida imposible y la muerte lo más fácil posible a cualquiera que se cruce en su camino y que no se acomode a su forma de ser. Lo que se dice una niña adorable.
Es imposible evitar la comparación con la imaginería de Tim Burton y su Chico Ostra, y aún más atrás con las obras de Edward St. John Gorey (sus Amphigorey que podemos encontrar publicados en Valdemar). Es más, es precisamente esta comparación quien resta originalidad al planteamiento propuesto por Roman Dirge, creador de Leonore quien reconoce haber dado forma a su idea ante la necesidad de rellenar unas páginas en blanco de un fanzine y tras haber contemplado,bajo los efectos del alcohol (inestimable ayuda para el artista!), unos garabatos que dibujara su sobrina de tres años. Y es que en Amphigorey encontramos la esencia de lo que Dirge nos presenta en su Leonore, macabras escenas protagonizadas por tiernos niños que a menudo se precipitan a muertes horrorosas, resaltando un humor negro que llega incluso a cuotas enfermizas; en definitiva, la esencia de lo que Dirge hace a su manera. Vale, de acuerdo que no cabe comparar obras tan diferentes pero lo cierto es que un espíritu muy similar guía a ambos autores, en medios diferentes y con un salto generacional importante, comparación ante la cual, como ya avanzábamos un poco más arriba, Dirge sale perdiendo.
Pero por encima de todo ello, Lenore supone mirar a ese lado oscuro que todos poseemos. Porque para qué nos vamos a engañar, reirse de según qué, por muy lícito que pudiera parecerle a cualquier Monty Phyton, no deja de provocar remordimientos a algunos de nosotros: ¿cómo me puedo estar riendo de ésto? En mi caso, que no simpatizo con esta versión retorcida de humor negro, me sucedió en un par (contadas) de ocasiones mientras leía este Lenore. Horrorizado, vamos.
Leo Lenore. Historias cortas, destacando sobre ellas la anécdota-chiste que apenas ocupa una página, centradas en las andanzas de una niña muerta que precisamente se dedica a lo que sería de esperar en alguien en su estado (es un suponer, no conozco a mucha gente muerta), léase torturar y asesinar animalitos indefensos, dejar morir a bebés puestos a su cargo por inconscientes padres y hacerle la vida imposible y la muerte lo más fácil posible a cualquiera que se cruce en su camino y que no se acomode a su forma de ser. Lo que se dice una niña adorable.
Es imposible evitar la comparación con la imaginería de Tim Burton y su Chico Ostra, y aún más atrás con las obras de Edward St. John Gorey (sus Amphigorey que podemos encontrar publicados en Valdemar). Es más, es precisamente esta comparación quien resta originalidad al planteamiento propuesto por Roman Dirge, creador de Leonore quien reconoce haber dado forma a su idea ante la necesidad de rellenar unas páginas en blanco de un fanzine y tras haber contemplado,bajo los efectos del alcohol (inestimable ayuda para el artista!), unos garabatos que dibujara su sobrina de tres años. Y es que en Amphigorey encontramos la esencia de lo que Dirge nos presenta en su Leonore, macabras escenas protagonizadas por tiernos niños que a menudo se precipitan a muertes horrorosas, resaltando un humor negro que llega incluso a cuotas enfermizas; en definitiva, la esencia de lo que Dirge hace a su manera. Vale, de acuerdo que no cabe comparar obras tan diferentes pero lo cierto es que un espíritu muy similar guía a ambos autores, en medios diferentes y con un salto generacional importante, comparación ante la cual, como ya avanzábamos un poco más arriba, Dirge sale perdiendo.
Pero por encima de todo ello, Lenore supone mirar a ese lado oscuro que todos poseemos. Porque para qué nos vamos a engañar, reirse de según qué, por muy lícito que pudiera parecerle a cualquier Monty Phyton, no deja de provocar remordimientos a algunos de nosotros: ¿cómo me puedo estar riendo de ésto? En mi caso, que no simpatizo con esta versión retorcida de humor negro, me sucedió en un par (contadas) de ocasiones mientras leía este Lenore. Horrorizado, vamos.
Pero por encima del humor ocasional que puede provocar el cómic, el problema es que quizás no busca nada más. No existe nada debajo, salvo acaso quizás una voluntad de afirmar la individualidad de la protagonista, dentro de su anormalidad, en el contexto en que se desenvuelve. Sin embargo y en mi opinión todo se queda en mero intento, infructuoso en tanto se contenta tan sólo con arañar la superficie de un sistema. O quizás el problema está en mí, empeñado en encontrar lo racional, lo crítico, dentro del más absoluto de los absurdos.
En fin, saltando al aspecto gráfico Lenore nos presenta un dibujo infantil, en blanco y negro, funcional, con similitudes más que evidentes con el estilo e iconografía ya mencionados de Burton en La melancólica muerte de chico ostra, sólo que más basto, carente del encanto (si encontráis que puede usarse esta palabra) de este último. Una perversión de una perversión.
En fin, saltando al aspecto gráfico Lenore nos presenta un dibujo infantil, en blanco y negro, funcional, con similitudes más que evidentes con el estilo e iconografía ya mencionados de Burton en La melancólica muerte de chico ostra, sólo que más basto, carente del encanto (si encontráis que puede usarse esta palabra) de este último. Una perversión de una perversión.
Y ante tal panorama me remito a la reflexión inicial. ¿Qué hace que un producto tan mediocre adquiera esa popularidad? Caso similar, como ya decíamos un poco más arriba, al ofrecido por Emily, ya tratado en esta página, cuyos dos libritos publicados en castellano hasta la fecha son dignos de entrar en la sección de Autoayuda de cualquier librería.
No sé, quizás al final resulte que lo más interesante de este Lenore sea la gente que disfrute con su lectura, más que el propio cómic en sí. Seguro.
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