El Durán en cuestión se llama Luis. Guioniza y dibuja tebeos. Si os sirve de algo ha ganado algunos premios en las pasadas ediciones del Saló del Còmic de BCN (autor revelación en 2002, mejor guión en 2003 y 2004 por Atravesado por la flecha y Antoine de las Tormentas respectivamente). Ya sabéis, como si los galardones significaran algo.
¿Que por qué este post? Porque debo reconocer una especial debilidad hacia la obra de este tío; porque acabo de leerme su último tebeo, Álgebra, publicado por Astiberri; y porque sí, qué carajo. A partir de aquí ya es cosa vuestra si os queréis plantar o seguir leyendo.
Un profesor de álgebra decide un buen día romper con la que hasta el momento había sido su vida, recluírse en una casita de campo y ponerse a estudiar y a escribir sobre la figura del rey Arturo. Su particular forma de ser y de pensar se nos irá desvelando a través de una entrevista realizada por dos periodistas enviados por una publicación de corte histórico. Aunque Durán confiesa que se ha alejado bastante respecto a libros anteriores, aquí las obsesiones son más cotidianas. Jeremy [nuestro protagonista] se ha desvinculado del mundo tras un fracaso matrimonial y se ha encerrado en un universo de imaginaria mitológica, en su reino particular de Avalon, existen temas y motivos con los que ya estamos familiarizados los seguidores de este autor, desde la fascinación transmitida por los ojos de un niño (pónganse aquí las palabras del autor: un hombre que se ha negado a crecer más, ése es Jeremy) que conecta con esa fantástica edad que es (o que debiera ser) la infancia, periodo en que parecemos sentir y creer en la magia como si fuera una cosa completamente natural, inherente a este mundo, pasando por la necesaria alusión a ese mundo de ensueño, esa faceta onírica a la que nos tiene acostumbrados el autor. Y para acabar, la muerte, siempre omnipresente, si bien en este álbum parece contentarse con mantenerse en un segundo plano (fatídico augurio del inevitable futuro), no podría faltar a su cita habitual en toda obra de este autor.
Un profesor de álgebra decide un buen día romper con la que hasta el momento había sido su vida, recluírse en una casita de campo y ponerse a estudiar y a escribir sobre la figura del rey Arturo. Su particular forma de ser y de pensar se nos irá desvelando a través de una entrevista realizada por dos periodistas enviados por una publicación de corte histórico. Aunque Durán confiesa que se ha alejado bastante respecto a libros anteriores, aquí las obsesiones son más cotidianas. Jeremy [nuestro protagonista] se ha desvinculado del mundo tras un fracaso matrimonial y se ha encerrado en un universo de imaginaria mitológica, en su reino particular de Avalon, existen temas y motivos con los que ya estamos familiarizados los seguidores de este autor, desde la fascinación transmitida por los ojos de un niño (pónganse aquí las palabras del autor: un hombre que se ha negado a crecer más, ése es Jeremy) que conecta con esa fantástica edad que es (o que debiera ser) la infancia, periodo en que parecemos sentir y creer en la magia como si fuera una cosa completamente natural, inherente a este mundo, pasando por la necesaria alusión a ese mundo de ensueño, esa faceta onírica a la que nos tiene acostumbrados el autor. Y para acabar, la muerte, siempre omnipresente, si bien en este álbum parece contentarse con mantenerse en un segundo plano (fatídico augurio del inevitable futuro), no podría faltar a su cita habitual en toda obra de este autor.
Deliciosa historia, de fácil lectura, si bien una segunda nueva lectura puede aportar nuevos significados que bien pudieran habernos pasado por alto en la primera (y me refiero con ello a esa tónica habitual en Durán que consiste en echar mano de símbolos a la hora de presentarnos una idea), y que logra lo que pocos cómics consiguen, léase que reflexionemos sobre esa cosa tan compleja que es la vida y que por otro lado nos emocionemos con este "loco" encantador que es Jeremy. Respecto al dibujo, destacar el uso de color, la primera vez que veo que Durán abandona su clásico blanco y negro, hecho que sin duda resta parte de la expresividad que asociamos a su dibujo anguloso, auténtica marca de casa que le había consagrado como un autor de estilo personalísimo e inconfundible.
En fin, uno de esos autores que me encanta recomendar (con reserva de a quién le haga la sugerencia, por supuesto) y al que creo que se le debiera hacer más caso. Sip, lo sé, estoy siendo subjetivo..¡pero es que vale la pena! Habrá que estar atentos a lo que tiene que sacar en breve para Planeta (¿qué ha debido ser de esa alianza con Astiberri que le ha acompañado en los útimos años?).
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