¿Alguien me dice qué demonios hacen un sunita, un chiíta, un cristiano, un judío, un mazdano, un derviche que bebe de las doctrinas zoroastrista y neoplatónica, y finalmente un hereje metidos en una guarida subterránea en forma de tinaja?
Así comienza este nuevo álbum de Sins entido, Los Buscadores de tesoros, firmado por David B., autor de La Ascensión del Gran Mal.
Bien os podéis imaginar que el planteamiento de la pregunta anterior, que refleja la situación inicial del álbum (primera página, no se me vaya a tildar de spoiler), y una respuesta que no pasa por un baño de sangre son motivos más que interesantes para querer saber más de este grupo de amigos, los Buscadores de tesoros, cuyas aventuras discurren en una Bagdad entre la Historia y el Mito. Una ambientación de las Mil y Una Noches que viene que ni pintada para contar lo que bien pudiera pasar por uno más de sus fantásticos cuentos.
La serie, publicada por Dargaud dentro de su colección Poisson Pilote (pasaos por la página, que vale la pena sólo por la presentación y la música), está compuesta por dos volúmenes, este primero de La sombra de Dios , y un segundo La ciudad fría (que ya tengo ganas de ver publicado, y más teniendo en cuenta que Álvaro Pons en su Cárcel lo ponía mejor que este primero).
Pero centrémonos en el álbum que tenemos entre manos: Gran historia, aunque de nuevo prefiero considerarla como un maravilloso cuento que podría haber salido de labios de Sherezade. El siniestro verdugo del califa, uno de los integrantes de tan peculiar Compañía, arrastra a sus compañeros a una investigación dirigida a desentrañar varios misterios que parecen guardar una conexión entre sí: el robo de sombras y la posible resurrección de un profeta de velado rostro que ya se había opuesto al Califato en el pasado. Una trama con todos los ingredientes de la tradición oriental, que te atrapa desde la primera página, cosa poco al uso nowadays. ¿Y qué decir de los personajes? Prototipos, definidos a base de simples trazos (aunque algunos, los pocos que apenas resultan abocetados, es de esperar que sean retomados en el siguiente álbum) que sin embargo son más que suficientes para identificarlos y comprenderlos. Algunos, claramente empáticos, mueven a interés o simpatía (y reconozco que el Verdugo está ahí como mi favorito y ya véis, ¡este tipo mata gente!). Otros simplemente resultan encantadores (el danzante espíritu del fuego, Zariyah).
El dibujo, de trazo grueso, simple y expresivo. ¿He dicho simple? Oh-oh, me temo que con esta simple palabra ya habré echado para atrás a un buen número de potenciales lectores. Joder, mira que lo siento.. pobrecitos capullos que creen (y afirman rotundamente) que un dibujo como el de Paul Grist en Kane es simplemente, malo (esto lo leía esta semana no sé dónde). Pero volviendo a David B., dibujo simple en tanto que claro, efectivo. ¿La narrativa? Perfecta. Pero es que no sólo nos quedamos en esto. Este tío juega con la configuración de la página, utilizando recursos narrativos que brillan por su ausencia en tantos y tantos cómics. Otro hecho poco usual pero plasmado a la perfección en este tebeo. Añadámosle una concepción del cómic que casi entroncaría con ideas propias del diseño, por lo que respecta al color, las figuras, el juego espacial...Ah sí, el color, ese otro protagonista, al servicio de la plasmación de una de las ideas claves de la trama, la oposición entre luz y oscuridad.
¿Se nota que me ha gustado? De lo mejorcito que he leído en mucho tiempo. Rotundo, sin duda alguna. Sólo un pero: que se acaba demasiado pronto, como todo lo bueno (..., nah, dejemos de lado el tema del Tantra, va?).
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