No creo que la expresión “la sombra de Persépolis es alargada” haya sido nunca más aplicable que en este caso.
Soy el primero en defender que la historieta necesita voces, que cada cual cuente la historia que lleva dentro, independientemente de que esa historia sea de corte autobiográfico, legendario o lírico y también siendo indiferente la forma en que se decida a plasmarla en imágenes y palabras. Necesitamos, como medio, que cada cual haga su cosa, no repetir lo mismo una y otra vez. Cuantos más intentos en ese sentido, a más público llegaremos, más rico y variado nuestro repertorio y más gente empleará el cómic como medio de expresión.
Siguiendo este razonamiento no se puede criticar a Bashi, porque decididamente se centra en contar lo suyo. El problema viene cuando cuentas tu vida y tienes el mismo sexo, nacionalidad y parecida historia vital que Marjane Satrapi. Entonces tu tebeo autobiográfico se convierte en un reflejo de otro, en la sombra de la vida de otra persona, en, como si dijéramos, una nueva versión más pobre de otro superhéroe cuyas aventuras ya conocemos. Porque sin entrar a valorar, evidentemente, las vivencias de la autora, Bashi no es una buena historietista (como sí lo es Satrapi) y ni siquiera tiene un dibujo “curioso” y que al menos da el pego (como Satrapi), sino que es directamente malo, aunque perfectamente claro y transparente respecto a lo que pretende contar. Su principal logro es el mecanismo narrativo por el que trae a la palestra sus recuerdos y que consiste en hacer que su yo actual (en el momento de escribir la historia) entable conversación con las Parsua pasadas en una discusión continua sobre lo acontecido en su vida.
La narración es tan fotográfica como el dibujo y se limita a contar lo que sucedió sin aderezos dramáticos de ningún tipo, atreviéndose a que sea el lector el que juzgue cuándo y si debe emocionarse, aprender o cabrearse. Esta elección en el tipo de enfoque acaba volviéndose en contra del tebeo cuando se incluyen anécdotas que no tienen ningún tipo de sentido en el contexto del discurso (ni ningún tipo de gracia, tampoco) y llega a su punto álgido en un final digno de película de los Monty Python, en el que la autora literalmente ya ha acabado de contar su vida y no sabe cómo concluir satisfactoriamente el libro.
No es, per se, un mal cómic, en general, ni un mal cómic autobiográfico, en particular, pero no resiste la comparación con su más inmediato referente.
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