Bajo su apariencia apocalíptica y trascendente, Kingdom Come es una historieta más bien plana, lineal y con la profundidad revisora del género superheroico de un What if… cualquiera. Las acuarelas de Ross engañan, pero no consiguen ocultar que la historia no es más que un enlazado poco apañado de escenas inconexas varias que justifican su aparición en el tebeo únicamente porque a Ross le apetecía dibujarlas. Por varias razones, resulta tristísimo que ese sea el balance final de algo como Kingdom Come.
Primero, porque una historia que se pretende crepuscular y épica como ésta hubiera podido representar para el Universo DC lo que Dark Knight para Batman. Segundo, porque la explotación de las dos concepciones de superhéroe que aparecen en el libro (la tradicional y la abanderada por los metahumanos de la primera época Image) hubiera podido dar pie a un ejercicio metalingüístico y reflexivo de lo más interesante. Tercero, porque Alex Ross dibuja muy bien y emociona ver a los superhéroes de toda la vida tan bien caracterizados gráficamente.
Por desgracia, Ross y Waid, primero: confunden épica crepuscular con dramatismo plomizo y agobiante; segundo: el enfrentamiento entre ambas concepciones es meramente físico y no ético y; tercero: Ross se dedica a dibujar decenas de personajes que no aportan absolutamente nada a la historia. A ello habría que añadir la gratuidad de la inclusión del personaje del reverendo McKay (¡Y eso que es uno de los protagonistas principales!) actuando como enlace innecesario entre escena y escena y el estúpido conflicto moral superhéroes-humanidad que Waid desarrolla cansinamente en los textos de apoyo hasta su conclusión en la absurda escena final en las Naciones Unidas.
Eso sí, la historia corta que sirve de epílogo al volúmen es una de las mejores historias jamás escritas de Batman, Superman y Wonder Woman.
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