martes, octubre 27, 2009

La Liga de los Hombres Extraordinarios (2003)


La Liga de los Hombre Extraordinarios (2003) de Stephen Norrington, guarda tan poco parecido con el cómic que adapta (The League of Extraordinary Gentlemen), que más que una traducción a la pantalla de la obra de Alan Moore y Kevin O’Neill parece el resultado de un ficticio trabajo de clase. En él, Norrington y James Robinson (el guionista del film), por un lado, y Moore y O’Neill, por el otro, deberían crear, respectivamente, una película y un cómic basándose en un mismo concepto y en cuatro directrices generales comunes. A partir de ahí cualquier parecido sería pura coincidencia.

Y eso es lo que pasa con la Liga. Con la diferencia de que, supuestamente, no se trata de una ficticio trabajo de clase, sino de una adaptación en toda regla.

En la base de ambas, película y tebeo, nos encontramos con personajes de la literatura de intriga, terror y fantasía de fines del siglo XIX (Allan Quatermain, Mina Harker, Henry Jekyll, el Hombre Invisible...) que viven peripecias reunidos en un improbable conglomerado al servicio de Su Majestad la Reina de Inglaterra. Y las similitudes se acaban aquí, aunque algunas diferencias son más obvias que otras.

Lo primero que salta a la vista es el apartado visual. El grafismo personal de O’Neil, que hubiera necesitado de un film de animación o de un Terry Gilliam o un Tim Burton con un presupuesto holgado para poder hacerle justicia, se disuelve en un diseño de producción “moderno” y ya muy visto.

La mayoría de los protagonistas que son, en origen, auténticos monstruos, psicópatas y asesinos, que se avienen a servir al “bien mayor” por sus propias egoístas razones, bajo la dirección de Norrington son dulcificados y elevados al estatus de héroe.

Y en cuanto al juego de referencias literarias que se establece en el cómic con toda la literatura de la época que homenajea, la película no abarca tanto, pero sí capta el espíritu de la obra de Moore añadiendo personajes como Dorian Gray y otros guiños al entendido, aunque sin llegar evidentemente al nivel de The League, del cual existen libros de anotaciones con más páginas que el propio cómic.

Así que, en el balance final, tenemos otra de esas adaptaciones incomprensibles en las que lo que comparten la película y la obra que la inspiró son un concepto y cuatro directrices generales comunes.

[Texto a aparecer en la revista Fancine]

jueves, octubre 08, 2009

Southland Tales (2006)

Southland Tales (2006), fue un proyecto inmenso de su guionista y director Richard Kelly (Donnie Darko). Tan inmenso, que, de hecho, sus poco más de dos horas de metraje apenas rascan la superficie de las ideas y conceptos que subyacen en las decenas de historias y personajes que se entrecruzan como cometas en el firmamento durante su proyección.

Consciente de la amplitud de la tarea y la escasez del tiempo de posesión de balón fílmico del que disponía, Kelly orquestó su particular visión del Apocalipsis de forma que comenzara en una serie de cómics que desembocaría y concluiría en el largometraje, dándole cancha para desarrollar aspectos que de otra manera quedarían cojos de existir únicamente el film, sin nada más para apoyarlo.

No es extraño, entonces, que viendo Southland Tales uno posiblemente se quede a medias, además de sinceramente confundido por lo que acaba de ver. Tanto película como cómics tienen tantos protagonistas, hilos argumentales y subtexto que para acercarse siquiera a la experiencia que supone adentrarse en el mundo que sugieren es imprescindible visionar una y leer los otros. Porque lo que consigue el autor es que ambos se confundan en una misma cosa: la manifestación física de su proyecto y su visión interior. Que uno este impreso en papel y otro proyectado en pantalla no tiene la menor importancia, porque estamos leyendo/viendo los mismos lugares, tocando/oyendo los mismos personajes y participando, en definitiva, de lo que Kelly quiere contarnos.

(Si acaso, la única diferencia radica en el apartado visual. Brett Weldele, el dibujante de los tebeos, emplea una paleta cromática muy reducida y un dibujo esquemático. En directo contraste, la película tiene colores vivos y los personajes mucho cuerpo.)

La experiencia de Southland Tales requiere estar dispuesto a ver/leer con los cinco sentidos, asimilar información aparentemente incongruente, para relacionarla después con otra que da solución a las ecuaciones planteadas anteriormente (o en el futuro). La infinidad de tramas (que en realidad sólo son una) casi incita a ir tomando notas y cada personaje suele estar relacionado, de alguna forma u otra, con casi todos los demás, por no mencionar a aquellos que juegan dos, tres o más papeles dentro del guión.

Una película, un cómic, una experiencia.

La fusión total de la visión de un autor en dos medios.

[Texto aparecido en la revista Fancine]