Echar un vistazo al proceso creativo tras Watchmen es todo un lujo. Después de los interesantes apuntes de Moore en el material adicional que aparece en la edición Absolute del cómic, es interesante ver los pensamientos de Gibbons sobre temas como el color, el proceso de producción, la recepción de la obra cuando se publicó y, en general, el ambiente de trabajo y el marco temporal/editorial en el que estaba inmerso cuando dibujaba lo que se convertiría en su tebeo cumbre.
Las anécdotas se suceden y algunas hay que leerlas para creerlas, como la bolsa de supermercado con un smiley que Archie Goodwin les envió camuflada como la carta de un aficionado o las anotaciones de Alan Moore a una carta de agradecimiento enviada por Jenette Kahn. Otras historias tienen más miga, como las de las personas a las que Gibbons accidentalmente enganchó a Watchmen o su decisión de no volver a pensar en que ya había vendido todos los originales del cómic antes incluso de empezar a dibujar el último número (lo que en su momento fue un chollo, porque, claro, ¿cómo se iban a cotizar al alza páginas sin acción, de gente hablando sin parar y paseándose de un lado a otro?).
El resto del discurso del dibujante se centra, por supuesto, más en los aspectos artísticos, donde nos muestra su repertorio de telas con manchas aleatorias de Rorschach preparadas para copiar en la máscara del personaje cuando éste apareciera (para favorecer la aleatoriedad de las manchas), los diseños de los escenarios donde transcurre la obra (con especial énfasis en las cuatro esquinas más famosas de la historia de los cómics), el diagrama de aparición de la “amenaza final” en Nueva York (de forma que le permitiera saber en qué formas exactas penetraba en los edificios circundantes, para hacerse una idea de cómo tenía que dibujar las splash pages correspondientes) y un largo etc.
Las anécdotas se suceden y algunas hay que leerlas para creerlas, como la bolsa de supermercado con un smiley que Archie Goodwin les envió camuflada como la carta de un aficionado o las anotaciones de Alan Moore a una carta de agradecimiento enviada por Jenette Kahn. Otras historias tienen más miga, como las de las personas a las que Gibbons accidentalmente enganchó a Watchmen o su decisión de no volver a pensar en que ya había vendido todos los originales del cómic antes incluso de empezar a dibujar el último número (lo que en su momento fue un chollo, porque, claro, ¿cómo se iban a cotizar al alza páginas sin acción, de gente hablando sin parar y paseándose de un lado a otro?).
El resto del discurso del dibujante se centra, por supuesto, más en los aspectos artísticos, donde nos muestra su repertorio de telas con manchas aleatorias de Rorschach preparadas para copiar en la máscara del personaje cuando éste apareciera (para favorecer la aleatoriedad de las manchas), los diseños de los escenarios donde transcurre la obra (con especial énfasis en las cuatro esquinas más famosas de la historia de los cómics), el diagrama de aparición de la “amenaza final” en Nueva York (de forma que le permitiera saber en qué formas exactas penetraba en los edificios circundantes, para hacerse una idea de cómo tenía que dibujar las splash pages correspondientes) y un largo etc.
El texto está escrito con humor y soltura (excepto la página donde nos habla de los tipos de lápices que empleaba, que es un coñazo) y se lee de una sentada. El libro está impecablemente diseñado, maquetado e incluye un apéndice final donde se incluyen traducciones a todos los textos en inglés. Al ser una visión exhaustiva de todo el material original restante en posesión de Gibbons, lo que el denomina jocósamente “Watchcrap”, hay una decisión de edición un tanto discutible y es la inclusión de absolutamente todos los bocetos en miniatura de todas las páginas de todos los números de la maxiserie. Esto multiplica el tamaño del libro más de lo deseable, porque son páginas que se acaban pasando sin más, pero se suele aliviar con una elección de diseño que intercala versiones alternativas de portadas abandonadas, bocetos de situaciones y textos adicionales que aligeran una carga que se sabe pesada, pero al tiempo necesaria, porque se considera que el libro es la última palabra al respecto de la reproducción de ese material (Gibbons bromea con que ahora que ha compartido su Watchcrap, la volverá a guardar en su caja o la venderá en ebay).
De la traducción casi mejor no hablar, porque no tengo Watching the Watchmen delante cuando escribo esto, ni tampoco fui subrayando los errores mientras lo leía, pero, por poner el ejemplo que recuerdo, he de decir que cuando en inglés “the authors meet the deadlines”, significa que los autores “cumplen” la fecha de entrega, no que se “encuentran” con ella.
Y como último apunte: Gibbons no habla de los problemas que Moore y él tuvieron con respecto a los derechos de la obra ni de las discusiones sobre los porcentajes que les correspondían sobre el poco merchandising que llegó a aparecer a finales de los 80 (aunque eso sí, aprovecha para desquitarse a gusto acerca de que John Higgins no cobrara royalties por Watchmen hasta que colaboró en el recoloreado de la edición Absolute). Si queréis conocer la razón que da Gibbons para ese silencio, tendréis que leer el libro.
2 comentarios:
Habrá que pillarlo.
Sól ovale 5 euros menos que Watchmen.
Hombre, en todos los sentidos (económicos/artísticos) te sale más a cuenta comprar Watchmen (si no lo tienes ya), pero es lo que te suelen clavar por este tipo de ediciones.
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