Durante los cinco ó seis primeros números de los Eternos, Kirby se mantuvo argumentalmente concentrado en esta serie. Es decir, parecía una serie normal en la que lo que pasaba apuntaba en una dirección determinada. Pero tan pronto como me percaté de este hecho la cosa se deshizo en el habitual marasmo de ideas, subtramas y personajes que al final no llevan a ninguna parte. Que la serie cerrara en su número 19 no fue el principal motivo de que quedara inconclusa, porque a tenor de lo que estaba haciendo Kirby, aunque hubiera durado 50 números más, no parece que tuviera la menor intención de retomar hilos narrativos e ir cerrando los múltiples senderos que había comenzado a transitar y dejado abandonados a medio camino.
Como ejemplos se pueden citar a los Desviantes, que pasan de tener el papel de malos malosos, de ser uno de los componentes de la tríada evolutiva, junto a los humanos y los Eternos, creada por los Celestiales en la Tierra, a desaparecer literalmente de las páginas de la obra.
O también el proceso de formación de la Unimente, que amalgama a todos los Eternos para una supuesta comunicación con los Celestiales, pero que cuando se vuelve a disolver en sus componentes individuales no se nos muestra que haya efectuado absolutamente ningún contacto con ellos o, por qué no decirlo, ninguna otra acción más que unirse para acto seguido separarse sin más.
Por no hablar de algunas de las asunciones más ilógicas que se pronuncian, como la defensa a ultranza de los Celestiales, cuando el objetivo de estos es ni más ni menos que juzgar si aniquilan o no toda la vida sobre el planeta. Ante esto, lo que se nos presenta como los antagonistas malvados de los Eternos, los Desviantes, se deberían erigir en realidad como los héroes incomprendidos, ya que fueron víctimas de genocidio por parte de los Celestiales en una de sus anteriores visitas, y lo que buscan ahora es venganza y un nuevo exterminio, aunque sea manipulando a la raza humana para que luche contra los extraterrestres. En este entorno, es parcialmente justificable, debido al tono mítico de la obra, ver a los Celestiales como lo que son, entes más allá de la comprensión humana, pero por otro lado, la mentalidad de oveja que asumen los Eternos y sus compañeros humanos, ante la posibilidad de ser exterminados en un futuro no demasiado lejano es algo chocante.
Todo este tipo de inconsistencias e irregularidades no extrañarán a quien conozca mínimamente la obra de Kirby, como tampoco las múltiples apariciones de otros conceptos ya tratados por el autor en sus cómics anteriores. Así, el Eterno bromista Sprite, parece un émulo no malévolo de Loki (su traje también es verde y amarillo); Zuras, el líder de los Eternos, es un remedo del Highfather de New Genesis (y de hecho, en una ocasión se le llama directamente así, “high father”); toda la mitología de la serie, en general, exuda ecos del Cuarto Mundo y del Asgard marvelita creado por Lee y Kirby en la serie de Thor.
Lejos de ser un lastre, todo lo anterior, no deja de ser parte de lo que me gusta leer cuando leo un cómic de Kirby. Que posiblemente fuera una de sus series más dispersas y con más cabos sueltos (y con una saga final con un Hulk robot digna del olvido) no empaña el hecho de que sus visiones siguieran siendo igual de atractivas que siempre. La Unimente no tiene ningún efecto narrativo, pero sí sirve uno dramático: hace que se reúnan todos los Eternos desde todas las partes del globo; que sobrevuelen la arquitectura de su ciudad madre; que se fundan en la Unimente; que aspiren a comunicarse con entidades tan incognoscibles como los Celestiales en el proceso; que se nos muestre a los humanos como testigos/participantes para añadir una perspectiva aterradora/iluminadora ante la unión; y que finalmente todo vuelva a la normalidad, pero con la sensación de que tanto Eternos como los humanos involucrados han compartido una experiencia.
Y eso es lo que solía/suele dar Kirby: experiencias, normalmente a escala épica y cósmica, independientemente de que tratara historias de gángsters o de dioses. La potencia creativa tras unas y otras era la misma (dependiendo claro, del tiempo y las condiciones en las que las elaborara, no estoy diciendo que todos sus trabajos sean buenos).
Por eso, por creer en lo que contaba, es relativamente poco importante que, como he dicho, los Eternos tenga partes ya sabidas, ya contadas, porque Kirby siempre tenía sitio para una nueva iteración, para un nuevo lugar que aún no se había visitado. Aquí las visiones de los Celestiales son de auténtico vértigo, los diseños sacados de un futuro que aún no ha llegado y puede que no llegue (¡y eso que hablamos de criaturas cuya existencia se remonta al alba de los tiempos!), el mundo submarino de los Desviantes se erige con identidad propia frente a su, no exacta, contrapartida de Apokolips, etc.
Por supuesto, que la serie contara con entintadores capaces y con un Kirby en plena forma, ayuda a que el aspecto visual sea original y que figure entre lo mejor y más consistente del autor, frente a otras obras en las que la calidad de su línea variaba de número a número o era pervertida según el entintador que le tocara en suerte.
En definitiva, los Eternos tiene lo mejor y lo peor de Kirby, como suele ser habitual en muchas de sus obras. Para mi es altamente disfrutable, tanto por hollar caminos nuevos, como por transitar por otros familiares y por mostrar un aspecto gráfico impecable.