Mark Millar es uno de los guionistas más consentidos del panorama norteamericano de los últimos años. Sus diálogos cortantes, situaciones chocantes y su inventiva a la hora de tratar el género de superhéroes le han granjeado una reputación de autor rompedor entre aficionados y crítica.
Tras servir las franquicias habituales de Marvel y DC, Millar se embarcó en una serie de proyectos personales, aunque dentro del género, en los que volcó toda una serie de inquietudes que le perseguían desde joven. Entre ellos nos encontramos con Wanted, la historia de Wesley Gibson, un pringado con un trabajo cutre, afectado de enfermedades varias y cuyo mejor amigo se beneficia a su novia. En el curso del argumento, Wesley descubre que ha heredado las habilidades para el asesinato de su desconocido padre y la posición de éste en una sociedad de supervillanos que controla la Tierra de forma clandestina.
Wanted (2008), de Timur Bekmambetov, sigue casi al pie de la letra la transformación de Wesley desde un ciudadano de a pie hasta llegar a convertirse en un súper asesino imparable. De hecho, el proceso en la película se muestra con algo más de lógica y coherencia que en el original. Sin embargo, hay una traición al espíritu del tebeo que muestra hasta que punto Hollywood no puede llevar según qué historias a la pantalla. El cómic es una historia de supervillanos, en la que estos son los protagonistas, dominando el mundo en secreto y dando rienda suelta a sus más bajos instintos, matando, mutilando y violando según les viene en gana. La película los troca por una sociedad oculta de asesinos que eliminan objetivos puntuales para impedir que el caos se apodere de la existencia.
El matiz es evidente. Por muchas salvajadas que aparezcan en la película (y no son nada en comparación con las que aparecen en el cómic) siempre se ven justificadas por el papel de policía kármica que juegan Wesley y sus colegas.
¿La razón? No sé. Falta de presupuesto, tal vez. Llevar el mundo de supervillanos de Wanted al cine hubiera requerido un presupuesto 50 veces mayor del que se disponía. Pero creo que la audiencia no estaría preparada para encontrarse con el nihilismo y mala baba que destila el cómic. Por lo menos no la audiencia americana.
[Texto a aparecer en la revista Fancine]