Cansado de que se lo rechazaran durante años como propuesta de película, Steve Niles finalmente escribió 30 Días de Noche como un guión para que lo dibujara su amigo Ben Templesmith. Irónicamente los mismos productores que no mostraron interés alguno en el proyecto acabarían pujando más tarde los unos contra los otros por hacerse con los derechos para adaptarlo al cine. Del paso de propuesta de guión rechazada por los estudios a tebeo por el que se paga mucho dinero a sus autores por ser llevado a la pantalla, hay un punto intermedio clave para entender el proceso: la obra resultó ser un gran éxito y supuso el renacer comercial del género de vampiros y de terror en la industria del cómic. Ahí es nada.
La premisa, aunque resultona, no puede ser más simple: un grupo de vampiros viaja a Barrow, población donde durante un mes al año no sale el sol, situación que aprovechan los no-muertos para campar a sus anchas y darse un festín de aúpa con sangre y carne humana.
El equipo de 30 Días de Oscuridad (2007) respeta al máximo el libreto original, trasladando además su estética característica a nivel de puesta en escena, decorados, colores, fotografía y la particular caracterización de los sanguinarios vampiros.
Donde la cosa hace aguas es en el apartado argumental. Si el original ya tiene problemas en justificar con su curioso argumento las setenta páginas de las que se compone y no hace más que avanzar la trama mediante inconexos golpes de efecto, la hora y media de metraje pone aún más de relieve las incoherencias del material que adapta. Se intenta paliar este problema, con muy buen juicio, introduciendo personajes e hilos narrativos inexistentes en el cómic, pero por desgracia aún así no es suficiente, tal vez porque se respeta demasiado la fuente y no se quiere diferir demasiado de ella, y el film se tambalea de un lado a otro como un sonámbulo que no encuentra el camino de regreso a la cama.
Así que nos encontramos, curiosamente, con una adaptación que fracasa como película, precisamente por ser fiel al original. Y es que, cuando se adapta fielmente un producto mediocre, el resultado no puede ser otro.
[Texto a aparecer en la revista Fancine]