Esta semana me vendieron un tebeo yendo en coche. Como lo oís. Escuchaba la radio de camino al trabajo cuando en poco menos de dos minutos la comentarista hizo una reseña de esta novela gráfica que capturó mi interés:
Supongo que en tiempos tan oscuros como los que corren para este país el amante de la Historia no puede evitar echar los ojos atrás en busca de paralelismos que vengan a aportar un poco de cálida y reconfortante luz. De ahí que la ambientación de esta obra (un París pre-revolucionario, escenario de un conflicto velado entre una incipiente Razón, crítica y contestataria, marcada por el objetivo implacable de un sistema político absolutista que, aun bajo el beneplácito del poder religioso, se aproximaba a su fin, de la mano ejecutora de un pueblo llano, pobre e ignorante) me llamara poderosamente la atención, junto a una trama protagonizada por Diderot (quien se convertiría en uno de los artífices principales de ese compendio del saber mundial que conocemos como L'Encyclopédie y que venía a ejemplificar el pensamiento ilustrado de la época), quien se ve envuelto, junto a una joven ilustradora llamada Marie, en una serie de asesinatos que amenazan no sólo con poner fin a ese magno proyecto editorial sino a sus propias vidas. Una historia de serie negra enmarcada en una época difícil para todo aquel que osaba exponer, de forma pública, su opinión contraria al monarca o airear sus sentimientos antirreligiosos y que se castigaba con la cárcel, el exilio o la muerte. Supongo que a más de uno le sonará esto, cuando esta misma semana se han levantado ampollas por tan sólo poner en entredicho la inviolabilidad de la figura del monarca de este país. Parece que 270 años atrás las cosas no eran tan diferentes a como son ahora, por mucho que algunos se llenen la boca con la palabra "democracia" y por mucho que hoy se celebre el cuarenta aniversario de nuestra Constitución, algunos de cuyos principios se saltan claramente a la torera tanto en lo que se refiere al juego político como en la aplicación de facto de asuntos más mundanos y que afectan al conjunto de la ciudadanía.
Pero volvamos a esta obra que tenemos entre manos, que nos devuelve a esa lucha entre la luz y la oscuridad, la Razón y la Irracionalidad y, si me permitís, el Bien y el Mal. Todos sabemos cómo acabó el ascenso de la Razón en la Francia de finales del siglo XVIII y principios del XIX, pero aquí de lo que se trata es quedarnos en ese estadio pre-revolucionario del París de 1750, y de cómo un puñado de pensadores y filósofos decidió echar por tierra lo que la Historia había ido perfilando a lo largo de los siglos.
El comienzo de la obra es prometedor (tranquilos, sólo os estropeo sus dos primeras páginas), con una escena donde se van a quemar públicamente unos panfletos satíricos de entre los que destaca una caricatura del monarca, subido a caballito sobre los hombros del arzobispo de París. La quema se trunca por un chaparrón, ante la alegre algarabía de los asistentes y la ira del verdugo. Así empieza una historia que se desarrolla hábilmente de la mano de dos autores vascos, José A. Pérez Ledo y Alex Orbe, de los que admito no haber oído hablar antes (lo cual no es difícil, teniendo en cuenta el tiempo que he permanecido alejado de la actualidad comiquera), a través de sus dos protagonistas, Denis Diderot y Marie, pertenecientes a estamentos sociales diferentes. Esta diferenciación se complementa con una caracterización dispar, que es en mi opinión un gran acierto, donde se contrapone, por ejemplo, la verborrea de Denis a la parquedad en palabras de Marie. Ambos, sin embargo, se presentan como personajes valientes y perseverantes en su empeño, a pesar de las dificultades a las que tienen que enfrentarse, sorteando obstáculo tras obstáculo en una carrera contrarreloj detrás del asesino que está tiñendo de rojo las calles parisienses y que arrastra al lector a lo largo de sus páginas sin darle apenas tregua. En efecto, la trama se despliega de forma muy efectiva, combinando por un lado investigación policíaca, sobretodo de la mano de un ocurrente comisario de ambigua lealtad y que nos remite, sucintamente, a los orígenes literarios del género detectivesco, y por el otro lado juegos de poder con participación de sociedades secretas que eran moneda de uso corriente en ese contexto histórico. Y por supuesto, en este batiburrillo no podrían faltar esos otros personajes históricos sin los cuales no se podría entender buena parte de nuestra herencia filosófica e ideológica y a los que quieres ver aparecer incluso desde antes de abrir el volumen, como Hume o Rousseau.
Por lo que respecta al apartado gráfico, el estilo de Alex Orbe es entre caricaturesco y cartoon, entreviéndose aquí la experiencia de este dibujante dentro de la animación. La línea es clara, la narración es excelente, poniendo cuidado hasta el más mínimo detalle de cada viñeta, y el color es muy atractivo, reflejando los cambios atmosféricos y de iluminación con maestría. A veces uno no puede evitar pararse en la contemplación de una viñeta, viniéndome ahora el paseo en barca por el Sena de nuestros protagonistas, envueltos por la niebla, donde el trazo lineal se sustituye por una sucesión de puntos que refleja a la perfección cómo las brumas desdibujan la escena.
Para mí esta "Los enciclopedistas" ha sido una lectura apasionante que no dudaría en recomendar a todo aquel interesado en este periodo histórico, recomendación que haría extensible al ámbito educativo por exponer de forma muy clara el contexto ideológico que conduciría a la Revolución Francesa. Una obra de una actualidad apabullante cuya lectura, hoy por hoy y así como nos están viniendo las cosas, debería de dársela la importancia que merece, en lo que, en aquel entonces, fue una apuesta arriesgada por librarse del yugo de la opresión, la manipulación y la ignorancia. Con suerte y con el ejemplo que nos brinda el pasado, no será tarde para nosotros.